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DOÑA IGNACIA: UN CORAZÓN AL SERVICIO DE LOS NIÑOS

El apoyo a la niñez desvalida fue una de las prioridades de vida de doña Ignacia Rodulfo y López Gallo, ilustre mujer limeña cuya vocación de servicio y compromiso social emergió a fines del siglo XIX como un faro de esperanza para los infantes de la época en estado de vulnerabilidad que requerían de ayuda social. 

Este legado se ha mantenido por 100 años como misión central y vigente de la Fundación Ignacia, permitiendo que miles de niños peruanos accedan a oportunidades y mejor calidad de vida que, de otro modo, no tendrían. Ella entendió que invertir en la niñez no era solo un acto de caridad, sino una inversión en el futuro de la sociedad misma. 

La visión de doña Ignacia trascendió las barreras de la beneficencia tradicional para enfocarse en los menores en situación de abandono, orfandad o pobreza extrema, una de las poblaciones más vulnerables y con mayor potencial de transformación. Su labor no se limitó a la simple asistencia material; tuvo un enfoque holístico, buscando no solo satisfacer las necesidades básicas, sino también proporcionar una formación integral que permitiera a estos niños y jóvenes desarrollar sus capacidades. 

En una época donde la educación no era accesible para todos, especialmente para los más desfavorecidos, doña Ignacia se convirtió en una pionera, impulsando la creación de espacios donde los pequeños podían recibir educación, aprender oficios y adquirir las herramientas necesarias para forjarse un futuro digno. 

ATENCIÓN A TRAVÉS DE INSTITUCIONES 

Es así que, en su incansable lucha por el bienestar de los más vulnerables, la benefactora optó por brindar apoyo a instituciones específicas orientadas a menores, como fue la Gota de Leche del Hospicio de la Recoleta, un programa pionero de asistencia infantil para lactantes desnutridos y huérfanos, que ofrecía leche, alimentación y atención médica básica. Asimismo, la Cuna Maternal y el Ropero Infantil, iniciativas que brindaban abrigo, cuidados y primeros auxilios a niños huérfanos o en situación de pobreza extrema. 

Colaboró con congregaciones religiosas que albergaban y educaban a menores sin recursos, en particular aquellas que gestionaban orfanatos y escuelas de caridad. Además, en una de sus propiedades funcionó la Sociedad Auxiliadora de la Infancia, una organización social de la época enfocada en la protección y educación de la infancia vulnerable. 

COMPROMISO PLASMADO EN TESTAMENTO 

El compromiso y preocupación por la atención de la niñez desvalida, que fue parte de la filosofía de vida de doña Ignacia, quedó muy claro en un pasaje de su testamento donde precisa quiénes serían los beneficiarios de su obra de caridad y beneficencia cristiana, al señalar textualmente: “Siempre ha merecido mi especial predilección la infancia desvalida y la desgracia y la orfandad de esos seres inocentes, ha conmovido hondamente mi espíritu”. 

Más allá de los aspectos materiales, la labor de doña Ignacia también se caracterizó por un profundo sentido de humanidad y afecto. Ella no solo proveía bienes y servicios, sino que brindaba un entorno de cariño y respeto, elementos fundamentales para el desarrollo emocional y psicológico de los niños. 

Su legado no es solo una institución, sino una filosofía de vida basada en la empatía, la solidaridad y la caridad cristiana que busca asistir desinteresadamente a personas vulnerables, con especial énfasis en niños y adolescentes en riesgo, así como también a los adultos mayores desvalidos. Su admirable sensibilidad social perdura en el tiempo a través de la labor desarrollada por la Fundación Ignacia.

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FUNDACIÓN IGNACIA PRESENTE EN EL 89 ANIVERSARIO DEL CEBE 07 "LA INMACULADA"

La Fundación Ignacia reafirmó su compromiso con la niñez desvalida al participar activamente en la celebración del 89 aniversario del Centro de Educación Básica Especial (CEBE) 07 "La Inmaculada". Esta institución beneficiaria se especializa en la atención de niños y adolescentes con discapacidad auditiva, intelectual, TEA y multidiscapacidad, brindando un apoyo fundamental para su desarrollo integral e inclusión social.

La presencia de la Fundación Ignacia fue especialmente significativa, marcada por la “presentación” de doña Ignacia Rodulfo y López Gallo. A través de una dama, que representó a la fundadora y benefactora, se transmitió un mensaje inspirador a los estudiantes y al personal del CEBE 07. 

"Soy doña Ignacia Rodulfo, viví en Lima hace muchos, muchos años. Antes de irme al cielo dejé el encargo de crear la Fundación Ignacia para que apoye a los alumnos que estudian aquí. Hoy vengo a celebrar con ustedes el 89 aniversario del CEBE La Inmaculada y decirles que estaré en sus corazones acompañándolos. ¡Feliz aniversario CEBE La Inmaculada!". Este gesto no solo honró la memoria de la fundadora, sino que también reforzó el vínculo afectivo y el propósito de la fundación. 

El apoyo de la Fundación Ignacia al CEBE 07 "La Inmaculada" se enmarca dentro de las acciones que desarrolla y beneficia también a otras ocho instituciones, materializando la voluntad testamentaria de doña Ignacia, quien dispuso que su legado se destinara a la labor social en favor de los niños y ancianos desvalidos. La subvención de las actividades recreacionales durante el 89 aniversario es una muestra clara del compromiso continuo de la Fundación. 

El CEBE 07 "La Inmaculada" es una institución pública de gestión privada, fruto de un convenio colaborativo entre la Unidad de Gestión Educativa Local (UGEL) 07 – San Borja y la Congregación de Hermanas Franciscanas de la Inmaculada. Atiende actualmente a 129 niños y adolescentes, entre 3 y 20 años, la mayoría de ellos con discapacidad auditiva, con el objetivo primordial de su rehabilitación e inclusión familiar, escolar y social. 

La participación de la Fundación Ignacia en este aniversario no solo celebra los años de dedicación del CEBE 07 "La Inmaculada" a la educación especial, sino que también subraya la importancia de la colaboración entre organizaciones para el bienestar de la infancia en situación de vulnerabilidad, un pilar fundamental del legado de doña Ignacia Rodulfo y López Gallo. 

HABLA DIRECTORA DE CEBE 07 

La directora del CEBE 07 “La Inmaculada”, Virginia Acevedo Lemus, resaltó la importancia de la contribución de la Fundación Ignacia para lograr las condiciones adecuadas -tanto en infraestructura, desarrollo nutricional, salud, atención profesional especializada, etc- para lograr el desarrollo integral de los niños y adolescentes. 

Afirmó que el apoyo de la Fundación permite que los alumnos del CEBE, que viven un estado de vulnerabilidad, puedan integrarse a su familia y comunidad cercana. Incluso, a los mayores se les está capacitando en una serie de oficios a través de su programa “Tránsito a la vida adulta”.

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FUNDACIÓN IGNACIA RECORDÓ CENTENARIO DEL FALLECIMIENTO DE SU FUNDADORA

Hace un siglo partió de este mundo. Doña Ignacia Rodulfo y López Gallo, una extraordinaria mujer que entregó su vida a la caridad cristiana, falleció un 21 de mayo de 1925 y ello significó el fin a su presencia física, pero -al mismo tiempo- marcó el inicio de su vida eterna, a través de su legado que hace 100 años lo viene manteniendo incólume la Fundación Ignacia, institución que ella misma la estructuró con gran visión para que su obra trascendiera en el tiempo y siga brindando ayuda social a los más necesitados.

ROMERÍA 

Por esta importante fecha, todo el personal de la Fundación Ignacia realizó una romería al cementerio Presbítero Maestro, donde hace un lustro descansan sus restos mortales, y allí no solo recordaron y honraron su vida y legado, sino que se comprometieron a seguir trabajando con probidad y gran sensibilidad social y religiosa para continuar con su obra, siguiendo el ejemplo de doña Ignacia. 

Le llevaron flores como una muestra de respeto y amor hacia doña Ignacia. Se realizó una paraliturgia y se encendió una llama, no solo como símbolo de esperanza y vida eterna de doña Ignacia, sino -sobre todo- como representación de lo que significa doña Ignacia para la fundación: luz y guía para continuar su obra con la misma pasión y entrega.

LEGADO VIVE EN LA FUNDACIÓN

En la ceremonia hizo uso de la palabra la presidenta de la Fundación Ignacia, Pilar Freitas, quien destacó a la vida de doña Ignacia Rodulfo entregada a la verdadera caridad cristiana, precisando que ella era una mujer de profunda religiosidad y firmes propósitos. 

Precisó que en un tiempo donde la filantropía existía (fines del siglo XIX e inicios del XX), su actividad caritativa fue de gran magnitud y una muestra sublime de su sentido de responsabilidad social, anclada en su fe inquebrantable. Además, su caridad no era ostentosa ni frívola; era discreta, práctica y, fundamentalmente, con una visión de futuro. 

 “No se limitó a la ayuda momentánea o asistencialista. Vio la necesidad de ir más allá, de sembrar para el desarrollo humano, enfocándose en la educación y la preparación laboral de las nuevas generaciones –especialmente huérfanos–, sin olvidar el apoyo esencial a los ancianos hasta el final de sus días. Esta mirada a largo plazo, este compromiso con el desarrollo integral de la persona, es una de las marcas indelebles de su legado”, destacó. 

Aseguró que el legado de doña Ignacia vive hoy en la misión que la Fundación Ignacia lleva adelante, precisando que el apoyo brindado a las instituciones beneficiarias se ha extendido más allá de las asignaciones monetarias, buscando la mejora permanente de la calidad de vida de poblaciones vulnerables atendidas, incluyendo alimentación, salud y demás necesidades, demostrando esa visión de desarrollo humano que tenía la fundadora.

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CENTENARIO DEL FALLECIMIENTO DE DOÑA IGNACIA

Hoy conmemoramos cien años del tránsito a la eternidad de nuestra fundadora, doña Ignacia Rodufo y López Gallo, una mujer extraordinaria, cuya visión y generosidad sentaron las bases de la institución a la que dedicamos nuestro esfuerzo diario.

No es una fecha cualquiera, es el centenario de su fallecimiento, es un siglo desde que partió, pero también un siglo de vida para la obra que ella, con lúcida previsión y un corazón inmenso, decidió legar a la sociedad peruana.

Doña Ignacia Rodulfo fue una mujer de profunda religiosidad y firmes principios, criada en un ambiente familiar de compromiso social que se nutrió de la renovación católica de su tiempo. Vivió los vaivenes del Perú desde mediados del siglo XIX hasta inicios del XX, una época de profundas transformaciones, tensiones y también de hondas brechas sociales y crecimiento de la población vulnerable.

En ese contexto, donde el pensamiento liberal y a menudo anticlerical buscaba desplazar a la Iglesia de sus roles tradicionales en educación y asistencia, y donde las mujeres enfrentaban significativas limitaciones sociales y legales, la figura de Ignacia Rodulfo brilla con una luz singular.

No siguió las corrientes de la época que enfatizaban el libre pensamiento alejado de las prácticas religiosas; ella permaneció fiel a la ortodoxia católica. Pero su fe no era una práctica pasiva o meramente ritualista; era la encarnación de la verdadera esencia de la caridad cristiana, esa que el Redentor definió como el amor más grande, el de dar la vida por los hermanos.

En un tiempo donde la filantropía existía, su acto fue de gran magnitud y una muestra sublime de su sentido de responsabilidad social, anclada en su fe inquebrantable. Además, su caridad no era ostentosa ni frívola; era discreta, práctica y, fundamentalmente, con una visión de futuro.

No se limitó a la ayuda momentánea o asistencialista. Vio la necesidad de ir más allá, de sembrar para el desarrollo humano, enfocándose en la educación y la preparación laboral de las nuevas generaciones –especialmente huérfanos–, sin olvidar el apoyo esencial a los ancianos hasta el final de sus días. Esta mirada a largo plazo, este compromiso con el desarrollo integral de la persona, es una de las marcas indelebles de su legado.

Doña Ignacia comprendió la urgencia de una obra perdurable y tomó una decisión trascendental: instituir un testamento que daría origen a una fundación. El 9 de abril de 1925, un día antes de su partida a Europa, plasmó su voluntad, concibiendo una estructura que, desde el inicio, buscaba asegurar la sostenibilidad de su legado, impidiendo su dispersión o rapiña y garantizando que sus bienes generaran rentas para servir a los más vulnerables.

Así nació, en 1925, la institución que hoy orgullosamente lleva su nombre, la Fundación Ignacia. La tarea no ha sido fácil. La Fundación ha enfrentado innumerables desafíos: normativa injerencista, cuestiones directas con el Estado, como expropiaciones, invasiones de terrenos y las convulsiones propias de la dinámica política, económica y social del Perú y del mundo a lo largo del siglo XX, incluyendo crisis como la de 1929-1932, la Segunda Guerra Mundial o la crisis de los años ochenta.

Sin embargo, la Fundación Ignacia se ha mantenido firme porque en su esencia llevaba la fuerza de la voluntad fundadora y la prudencia con la que doña Ignacia diseñó su legado. Buscó evitar intereses políticos, requiriendo que quienes presidieran y conformaran la Junta fueran personas de probidad acreditada, creyentes, con sensibilidad social y religiosa, pero también con una clara visión de manejo económico que permitiera hacer rentables los bienes legados.

Esta combinación de mística de servicio, identificación profunda con los objetivos originales y una gestión financiera sólida ha sido el motor que permitió a la Fundación no solo sobrevivir a las crisis, sino crecer y adaptar su apoyo a las necesidades cambiantes.

El permanente autocontrol y el compromiso ético de sus directivos a lo largo del tiempo han sido fundamentales para su resiliencia y para mantener el rumbo trazado por doña Ignacia, evitando malos manejos.

El legado de doña Ignacia vive hoy en la misión que la Fundación lleva adelante. El apoyo brindado a las instituciones beneficiarias se ha extendido más allá de las asignaciones monetarias, buscando la mejora permanente de la calidad de vida de poblaciones vulnerables atendidas, incluyendo alimentación, salud y demás necesidades, demostrando esa visión de desarrollo humano que tenía la fundadora.

Hoy, al cumplirse cien años del fallecimiento de doña Ignacia Rodulfo, no solo miramos atrás con gratitud y admiración por su figura y su acto de filantropía singular. Celebramos también un siglo de vida fructífera de la Fundación Ignacia, un testimonio vivo de que la caridad verdadera, acompañada de una visión clara y una gestión comprometida, puede trascender el tiempo y las adversidades.

Que el espíritu de doña Ignacia Rodulfo nos siga inspirando y guiando por muchos años más. Gracias

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